domingo, 31 de octubre de 2010

ANGELES SOMOS


Las brujas de mi infancia andaban por las siestas. Eran temibles y feas como todas las brujas del mundo, y sus horribles manos nos acariciaban furtivamente para que no olvidáramos que a esa hora los niños buenos debíamos dormir.

Las brujas de mi infancia cocinaban tortas fritas para engordar a niños que tenían cautivos. Y comerlos acompañados de una buena ración de mandiocas.

Pasé buena parte de mi niñez pensando que los cuentos que me contaba mi papá, sucedieron en el pueblo donde él había nacido. Porque las brujas de sus relatos sobrevolaban inmensas lagunas, escapaban dificultosamente clavando sus chuecas piernas en el arenal, o cocinaban brebajes insufribles en una cocina de campo con olor a leña y paredes de adobe

Así fue, hasta que llegó el tiempo de la escuela. Con ella las primeras letras, y el descubrimiento de los libros que ya podía leer por mis propios medios. Entonces encontré una gran similitud entre mi historia preferida, y el tradicional cuento de Hansel y Gretel. No niego que descubrirlo en las páginas de un libro, además, profusamente ilustrado, fue para mí, mágico y encantador. Pero a pesar de su colorido y sus dibujos esmerados, mi imaginación jamás se despegó de esas tumultuosas noches de tormenta, donde la malvada bruja, cansada de esperar que el niño cautivo engordara, preparaba el horno para comérselo asado. Todo lo que había elaborado mi pensamiento hasta allí, perduraba en mi mente y era sólo patrimonio de mi imaginación, maravilloso e intransferible, asombroso y de ensueño.

Con el tiempo fui descubriendo que las historias que tienen que ver con el bien y el mal, con el amor y el desamor son universales. Nunca sabré si el relato de mi padre era sólo una adaptación del cuento de los hermanos Grimm, o la tradición oral de los pueblos se parecen tanto, que no pueden escapar de las mismas pasiones y las mismas enseñanzas.

Y como en la vida no se termina nunca de aprender, hace muy poco tiempo, volví a descubrir que los pueblos persisten en su obstinada manera de asemejarse. Y también le debo este descubrimiento a mi padre.

Entre las muchas historias que nos contaba, había una que sobresalía porque lo tenía de protagonista. El primer día de noviembre, día de todos los santos, en su pueblo, los niños salían con bolsas para pedir en las casas dulces y galletas. Mi abuela, para esa época encargaba al panadero una enorme bolsa de bollitos de anís, para esperar a los pequeños visitantes. Que llegaban vestidos de angelitos, recitando insistentemente “ángeles somos, ángeles somos” mientras se acercaban.

Las dueñas de casa esperaban la visita, y retribuían con rosquitas y chipá. Los angelitos agradecían con una coplita y se iban cantando “esta casa es de rosas, donde viven las hermosas”. Si en la casa que visitaban no eran recibidos con alguna golosina, se iban cantando, “esta casa es de espina, donde viven las mezquinas” Por supuesto que mi hermano y yo deseábamos una suerte semejante: salir vestidos de angelitos y volver con bolsas llenas de dulces. Pero esa costumbre no se practicaba aquí.

Pasé muchos, muchísimos años, pensando que aquello era sólo una linda tradición del pueblo de mi padre. Hasta que en estas tierras, siempre tan proclives a copiar costumbres foráneas, recaló Hallowen.

En ese momento lo tomé con el rechazo que este proceder me provoca. Nuestra sociedad, fascinada por todo lo que viene de afuera, comenzó a conmemorar una festividad que no conocíamos mas que a través del cine o la televisión. Pero que cada año se afianza, y se espera como una fecha de nuestro calendario. En las oficinas se planea el festejo. En los bares se organizan encuentros temáticos. Y en los supermercados, calabazas plásticas llenas de caramelos, esperan en las góndolas que nuestra inclinación a no quedar excluidos del gran mundo se apropien de ellas, porque hay que festejar Hallowen. Una conmemoración que pocos saben a qué se debe, cuál es su origen, y mucho menos, que en una lejanísima provincia de nuestro litoral, ya se practicaba. Que tiene idéntica raíz, que nos viene de Europa, y que con diferencia de un día, se hace referencia a lo mismo.

Hallowen en inglés antiguo significa “llegan los santos”. En el gran país del norte, los niños se visten de monstruos y brujas. En nuestra provincia, los niños vestían de angelitos y salían el primer día de noviembre, día de los santos inocentes, según el santoral.

Los pueblos son universales cuando comprometen sus sentimientos. Y las historias que estos sentimientos provocan, pueden ser contadas de la misma forma aquí o en Noruega,
en España o en Perú. También las tradiciones nos pueden provenir de otros lugares. Pero si podemos copiar una innovadora que nos venga de algún país del primer mundo, mejor. Una tradición pueblerina no alcanzará jamás su estatus de ejemplo a seguir.

Conocí Hallowen desde mi más tierna infancia. Como Hansel y Gretel, relatada por mi padre. Con la impronta que le imprimía el paisaje y las costumbres que él conocía. La bruja de su cuento hablaba en guaraní. Los niños de su tradición vestían de angelitos y recorrían las casas un día después de lo que Hallowen determina. Siempre tan rezagado nuestro aprendizaje. Siempre nosotros tan ávidos por mirar horizontes ajenos. Aceptando con esmero lo que está tan lejos, con la misma obstinación que nos negamos a valorar lo que tenemos tan cerca.

Beatriz Fernández Vila

martes, 12 de octubre de 2010

AMERICA MORENA


Una verdad milenaria
desplegada ante mis ojos
partituras perdidas
adagios inconclusos.

Un son mineral
de ímpetu y derrota.
Célula distante
en el océano del
tiempo.

Raza… ritos
espada y religión.

Un dialecto ancestral
derrama aún
su signo moreno en
la piel de estos días.

Conjura al olvido
de lunas postergadas
enciende el pedernal
y emprende los sueños.

Un barco desvelado
quiebra un mar antiguo
y busca todavía
la verdad de mi sangre

Beatriz Fernández Vila

martes, 28 de septiembre de 2010

AL COSTADO DEL CAMINO


La herida del costado dolía con un dolor ancestral. Veía pasar veloces los automóviles, y unas lucecitas difusas se suspendían en la estela interminable que dibujaban sus ojos derrotados. Tenía sed. Irguió la cabeza para tratar de incorporarse, pero el cuerpo se estremeció en un temblor quejumbroso. Agonizaba al costado de la ruta, y su casa estaba lejos.

Desde el lugar donde se encontraba vio despedazarse los cartones que cayeron del carro. Algunos se arremolinaban perezosamente en el asfalto y volvían a caer por el peso de la lluvia. Intentaban una danza grotesca, sacudidos por la velocidad de los autos, y se ensuciaban del mismo modo que su cuerpo se empastaba de agua y barro.

Cuando agotó sus gemidos de auxilio, cayó en un letargo salvador que lo alejó mansamente de su pesar. Una cascada de risas venía a liberarlo. Se vio joven y fuerte, intentando sus juegos; las carreras inocentes que tanta felicidad le acercaron. Las caricias primeras, y el trabajo extenuante después. Pero aún en la dureza de esas últimas imágenes, había algo que lo rescataba de las profundas sombras de ese momento.

Demasiado lejos, la libertad del campo abierto donde comenzó su vida. Demasiado lejos la casa de ahora, donde compartía miserias y una magra ración de lo que le correspondía.

Nunca sintió la noche con la impiedad de ese instante; ni en el hambre, ni en la sed, ni en la fatiga arrasadora de trajinar la ciudad sin conocer el rumbo. Ni si quiera con el mal trato que tuvo que padecer, cuando vivió unos años con aquél hombre que lo castigaba.

Las luces de los autos ya casi no se veían, sólo percibía su ruido estrepitoso cuando pasaban cerca de la barranca donde él había caído.

Con seguridad, su gente esperaba verlo llegar. Pero él ya no podría escuchar, las risas alborotadas que salían habitualmente a su encuentro. Ninguna mano presurosa para revolver dentro del carro, y buscar entre los cartones algo que pueda parecerse a un juguete, o una ropa todavía en condiciones de ser usada, o una revista vieja con sus páginas de mentiras, acercando esas vidas lejanas, que tal vez no existan.

Pudo reconocer entre las múltiples sensaciones de ese momento, el hambre que lo acompañaba casi cotidianamente. Pero el dolor imponía su espanto.

A pesar de que las fuerzas lo habían abandonado, cada vez que un auto se aproximaba intentaba un nuevo gemido de auxilio.

Atrás, la ciudad inclemente vomitaba su miseria. La noche acercaba su furia de sombras, y él continuaba a orillas del camino.

Cuando las luces del amanecer revelaron los contornos de su realidad, ya no tuvo esperanzas. Cerca, muy cerca, reconoció el cuerpo inerte de su pequeño amo.

Beatriz Fernández Vila

PRESENTACION ANTOLOGIA


El 9 de septiembre se realizó la presentación de la antología “Los vuelos del tintero” de la selección que anualmente realiza la editorial DUNKEN. Estuve presente, para recibir mi diploma de participación y el libro que gentilmente la editorial nos ofrece.

En reiteradas ocasiones les he expresado mi agradecimiento, por la labor que realizan abriendo las puertas de la editorial a tantos autores que como yo, no han tenido oportunidad de publicar su propio libro. Pero me parece oportuno volcar mi agradecimiento aquí, para divulgarlo y que otros autores se acerquen.

En estos momentos que el negocio editorial se maneja a través del marketing, publicando solamente temáticas vendibles; la posibilidad, el trabajo, y el tiempo que DUNKEN pone a disposición de los autores, sin costo para ninguno de los que participan, es encomiable.

lunes, 2 de agosto de 2010

YO NO PROPUSE ESTA MUERTE


Desde el comienzo de la lid
te mostré quién es el amo,
chorreó mi cuerpo negro
sudor de sangre,
y en la arena caliente
reverberó mi tiempo de becerro.
tibieza de leche
pastizales tiernos.

Mientras desmayaba,
aguijoneando tu arrogancia
alcancé a ver las luces de tu traje.
Más fuerte que mi bramido
bramaba la plaza,
y al caer te vi erguido
parado en tus dos patas.

Tu razón superior a la mía
te dictaba esa barbarie.

Y al incorporarme,
en medio de mi agonía,
a mitad de mi muerte
tu cuerpo se clavó en mi frente,
te abrí un tajo bravo
y te quité la vida.

               Beatriz Fernández Vila

domingo, 27 de junio de 2010

CANDELARIA


Fue la Mari, desde que llegó llena de miedo, y hasta que la desazón se le hizo costumbre. Aprendiendo a servir, mientras soñaba que el agua de la laguna volvía a rozarle los pies, o que las noches de su pueblo volvían a curarle el alma. Y acunó en sus brazos morenos, a los hijos de sus patrones, desde antes que supieran hablar, cuando ella era todavía la sabia, hasta que sabían tanto que ya no la tomaban en cuenta. La falta de escuela se le hizo carne, y con los años pareció más ignorante de lo que era, porque la frescura se le fue yendo, y ni siquiera preguntaba con la espontaneidad que trajo al llegar.

- Guaynita. Mire que si no está lista para las cinco, la Mercedes no la puede esperar.

- No me quiero ir abuela.

- No me haga eso m´hija… usted sabe que acá no la puedo tener.

- ¿Pero qué voy hacer sola en la capital? ¡No me haga ir que la voy a extrañar!

- Duérmase ahora y pídale a la virgencita de Itatí que la proteja.

Aquella noche, fue el último retazo de caricias que recordaría hasta el final de sus días.

El tren surcaba veloz los maizales. En un abrir y cerrar de ojos, las cosas que miraba ya no estaban, sólo a lo lejos los ranchos parecidos al que había dejado, se perpetuaban en el paisaje con obstinación, simplemente para que el dolor que llevaba no se le fuera más.

La Mercedes le dio unas cobijas para taparse, y que el único vestido que tenía no se viera impresentable por el polvo del camino. Llevaba unas galletas en el bolso, pero no probó ninguna.

Por suerte la noche inmensa tuvo piedad y le trajo un sueño profundo. Se quedó dormida arrullada por el sonido de los acordeones, que desgranaban un chamamé quejumbroso, y le traían rumor de camalotes.

- Candelaria, quédese adentro m´hija, duerma la siesta, que si no duerme se la va a llevar el Jasi jateré

- Abuela, ¿es verdad que a la Glide se la llevó el Jasi?

- Basta m´hijita, duerma. Se me ha puesto muy habladora. ¿Sabe lo que ese viejo feo hace con las guainytas habladoras?

- Le arranca la lengua para que no hablen nunca más. ¿Es verdad que un día se le apareció en la laguna, y usted se escapó arriba de un yacaré?

- Duerma m´hija, duerma. No pregunte zonceras.

Enero se derramaba sobre el arenal. La desazón, le arremolinaba los sueños que la llevaban de nuevo a su lugar.

- ¡No me deje ir abuela!

Golpeaba las paredes del rancho, y nadie la escuchaba

- ¡No me deje ir! ¡Que tengo miedo!

Nunca había sentido tanto temor, ni cuando se cayó del naranjo salvaje. Ni cuando la picó esa víbora, y se pasó la noche entera rezándole a Lega para que no le pasara nada. Ni cuando se llevaron a su madre para el hospital y no volvió más. Nunca, nunca tanto miedo como el que sentía ahora que la Mercedes la llenaba de recomendaciones. Y le decía que la señora que la esperaba era muy exigente. No quiso preguntar que era eso, pero no le gustó. De seguro no era algo bueno, porque cuando la Mercedes se lo decía se ponía seria.

Cuando despertó en la mañana, los musiqueros ya no estaban, ni el señor con la jaula de conejos, ni la señora con las bolsas de naranjas. Iban llegando a un lugar desconocido, y la gente que subía al tren era muy rara. No dijo una palabra, aunque se moría de curiosidad. Si la gente de la capital era como esa, no le iba a gustar. Se quedó muda por el resto del viaje, y cuando el tren se metió en ese lugar inmenso donde había otros trenes, ya no entendió nada.

En el andén esperaba una señora muy bonita, muy alta y rubia.

- ¿Esta es la chinita Mercedes? Es medio flacuchita. Espero que sirva. ¿Cómo te llamás?

- Candelaria

- Demasiado largo, te voy a decir Mari. Y espero que aprendas rápido.

Después… el desarraigo. Los proyectos de otros, en los que ella no contaba. La angustia y el extrañar, y el no haber vuelto jamás a su pueblo.

Sentía el cuerpo dolorido. Las paredes del cuarto se derrumbaban en un sopor pantanoso. La fiebre la estaba consumiendo, o los años tal vez.

Lejos la laguna, lejos el paraisal, y lejos sus años de Candelaria. Un rumor de agua tiraba de su sangre, y la volvía a los naranjos, a las siestas, y al arenal.

- Quiero estar con usted abuela.

- Duerma m´hijita duerma.
Beatriz Fernández Vila

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Guaynita: muchachita.

Jasi jateré: personaje de la mitología guaraní, con el que se asusta a los niños para que respeten la siesta.

Lega: modo familiar con el que se nombra a Olegario Alvarez, bandido rural de principios del siglo XX. Que en Saladas, en la provincia de Corrientes se venera como santo.

lunes, 24 de mayo de 2010

BICENTENARIO



Mi Patria cumple 200 años desde su nacimiento. Alguien me marcó en estos días la diferencia entre el festejo del primer centenario, y este otro, al que consideró en desventaja con respecto aquél. Y me enumeró algunos hechos importantes, como la visita de prominentes personalidades de la época, los fastuosos regalos de los países del mundo para nuestra incipiente Nación, que se perfilaba como hija dilecta de aquellos. Poderosa, ganadera, rebosante de gigantescos silos con granos suficientes para saciar el apetito del mundo entero. Donde palacios destinados a patricios apellidos, comenzaban a cubrir el paisaje de una Buenos Aires a la que le hacían olvidar su fisonomía de aldea, y le quitaban con urgencia el modesto vestidito americano, para cubrirla con un presentable soireé europeo. De espaldas a un río de lomo marrón, que arrojaba inmigrantes a su costa pródiga y se atragantaba de buques plenos de materia prima que abultaban pocos bolsillos.

En cambio ahora qué, se preguntaba el improvisado cronista. Ahora apenas celebraremos con unos recitales al aire libre. El relato, lejos de espantarme, me despertó un profundo orgullo. Y el pensamiento veloz, me llevó a las recurrentes fotos del centenario, donde portadores de galera y bastón, y una carroza transportando a una anciana princesa, le daban la razón a estas apreciaciones. Por cierto que noté la diferencia. Y rescaté esta celebración de hoy, más horizontal, más de iguales. Con un pueblo desbordando el asombro. Derramados en las calles, caminando una 9 de Julio, para ir al encuentro de sus artistas. Y sentí que algo mejor le pasó a mi patria en su segundo centenario; estamos ante la presencia de un pueblo protagonista, no espectador de ostentosos desfiles, y si conciente de ser parte de la historia. Y conciente también, de que ésta se construye con los aciertos y los errores de todas las épocas. No seríamos lo que somos sin aquellas vivencias que forjaron los primeros años del país: la festividad, coexistiendo con las revueltas, las luchas, las necesidades de un pueblo que estaba escribiendo las primeras páginas de su realidad. Prefiero la celebración de esta sociedad, que conoce lo que puede y debe exigir. Que se rearma con ingenio y perseverancia después de cada crisis, que pelea por su identidad, que de a poco se reconoce no sólo en aquellos que bajaron de los barcos, sino también en las naciones originarias, que existen, que están vivas, que tienen voz, que ya no aceptan la supuesta superioridad de la “civilización” y se plantan orgullosas para hacerse visibles, y transmitir su sabiduría.

Prefiero este segundo centenario, horizontal, llano, con muchas deudas pendientes todavía, pero reveladas, no ocultas. Y con hombres y mujeres tan humanos, tan viscerales, tan valientes o tan dubitativos como fueron nuestros hombres de Mayo, a los que la historia oficial, se empeñó durante todo un siglo de montar en un pedestal, para hacernos creer que nuestra pequeña humanidad no estaba al alcance de ninguna de sus proezas. Prefiero este segundo centenario, y me celebro en él, con mis miedos, mis dudas, mis cotidianas hazañas, tan vulgares o tan grandes como aquellas. Prefiero este camino con los ojos más abiertos, y en el comienzo de un destino común con los otros pueblos americanos, como lo soñaron Belgrano, Monteagudo, San Martín y Bolívar. Viva mi país, viva mi patria, viva la gente que la ama, y que la desea grande hoy, y para las futuras generaciones.

Beatriz Fernández Vila

sábado, 22 de mayo de 2010

ESA VOZ


Su noche galopa
se esfuma
se empecina
y vuelve.
Se pierde entre pliegues inciertos
y recorre el terror de otras horas.
Baja en serpientes de asombro
se nubla.

Acomete en la madrugada
con los últimos jirones que le restan
y se abre paso a un alba tibia
protectora
alejada del dolor.

La ciudad adivinada
presentida en horas de espanto
le roza otra vez la piel.
Se empeña en borbotones de vida
y ella intenta de nuevo la risa.
Se sumerge en esta claridad.
Desea que los olores
vuelvan a ser sus olores conocidos

Y recuerda aquella voz
que la arranca de las sombras
               latiendo
                             cálida
surgiendo de los rincones de la memoria.

                             Beatriz Fernández Vila

miércoles, 24 de marzo de 2010

DIA DE LA MEMORIA


NUDOS DE SAL

Nudos de sal sujetan
los laberintos del tiempo
los pájaros quebraron sus alas
en la noche oscura
pero aún despliegan sus ojos
sobre la herida sola
abierta y sola
y cantan y vuelan
y vuelven a insistir.

        Beatriz Fernández Vila


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DESDE LAS SOMBRAS

Desde las sombras, cuando se lo permite la locura, emerge vacilante, mustia. Unos pasitos cortos la llevan hasta la ventana. Descorre las pesadas cortinas y el aire fresco de afuera, se mete entre las rendijas y se mezcla con el aire pesado del ambiente.

Un susurro persistente se derrama en todos los rincones de la casa, y ella pasa frente a los espejos sin mirar; le da miedo encontrarse con esa mujer que ya no reconoce. Sus manos resecas son la única referencia de que el tiempo pasó. Nunca más se asomó a un espejo y guarda dentro de ella, la sensación lejana de ser todavía aquella joven que se quedó estática, muda, sin capacidad de reaccionar cuando su vida se partía en dos.

"Papá dice que bajes la música porque no puede leer". Otra vez la frase que golpea incesante "Papá dice... ". Y de nuevo la música, las palabras de todas las voces de la casa, que golpean sonoras, lentas, derrumbándose en los tejidos del tiempo y haciéndose presente otra vez, como el último retazo de cotidianeidad de esos momentos queridos.

Ella arreglada para salir, Laurita escuchando música estridente, su padre reclamando silencio. Y las bestias que entraban arrasando.

Y después la bocanada helada de esos días, más el desamparo y la brutalidad que se adueñaba de la vida. "Papá dice... " y de golpe papá ya no dijo nada, se quedó impotente en su silla de ruedas, mirando cómo se llevaban a su princesa.

Esta mujer que le teme a los espejos, vive aún de aquellos recuerdos de infancia, de veredas con rayuelas, de vecinos sentados a la puerta, de arroz con leche. Y "Agua San Marcos, señor de los charcos" para que un tambaleante barquito de papel, surque el patio en días de lluvia. "Agua San Marcos, señor de los charcos" y a preparar torta frita, porque va a llover toda la tarde.

Agua San Marcos, señor de los charcos" y a jugar adentro que mojan toda la casa. "Agua San Marcos ..." y la lluvia lloviendo ahora sobre su corazón.

Esta mujer que le teme a los espejos, abre todos los días su tesoro de recuerdos. Oyendo voces que la rescatan de las sombras, evitando verse con su aspecto de ahora, porque todavía espera que se abra la puerta y los adolescentes años de su hermana vuelvan a la casa.

Beatriz Fernández Vila

- DESDE LAS SOMBRAS fue publicado por Editorial Dunken en la antología LOS SUEÑOS Y LOS ECOS del año 2008 -

jueves, 18 de marzo de 2010

LLANURAS Y LABERINTOS


En el comienzo de su hora vió un llanura pálida. Una nube espesa derramaba su indolencia, y supo que había arribado al confín de los sueños.

La pregunta inicial se desgranaba todavía en los pliegues de la noche, y quiso despertar, porque ese sueño no le pertenecía.

“Los que buscan no conocerán” “los que indagan no sabrán”. Alguna vez conoció que verdad es: las múltiples caras de los sueños que soñó con otros “sólo verás una” dijo una voz. Y se cerraron ante él, todos los códices del mundo. Cada página abortaba su certeza. Cada aluvión de duda cercenaba su realidad. Y aunque la llanura estaba cerca, se perdió en su laberinto.

Los múltiples sueños de los otros que sueñan, de los otros que soñaron, y de los otros que soñarán, se desdoblaban en más incógnitas todavía.

Y antes de que lo rescataran de la “infamia”, abortaran sus preguntas y le dijeran en qué debía creer, volvió a saborear la certidumbre inquietante de la duda.

Beatriz Fernández Vila

lunes, 8 de marzo de 2010

DIA DE LA MUJER


1681, Ciudad de México. Juana a los treinta

Después de rezar los maitines y lo laudes, pone a bailar un trompo en la harina y estudia los círculos que el trompo dibuja. Investiga el agua y la luz, el aire y las cosas. ¿Por qué el huevo se une en el aceite hirviente y se despedaza en el almíbar? En triángulos de alfileres busca el anillo de Salomón. Con un ojo pegado al telescopio, caza estrellas.

La han amenazado con la inquisición y le han prohibido abrir los libros, pero sor Juana Inés de la Cruz estudia en las cosas que Dios crió, sirviéndome ellas de letras y de libro toda esta máquina universal.

Entre el amor divino y el amor humano, entre los quince misterios del rosario que le cuelga del cuello y los enigmas del mundo, se debate sor Juana; y muchas noches pasa en blanco, orando, escribiendo, cuando recomienza en sus adentros la guerra inacabable entre la pasión y la razón. Al cabo de cada batalla, la luz del día entra en su celda del convento de las jerónimas y a sor Juana le ayuda recordar lo que dijo Lupercio Leonardo, aquello de que bien se pude filosofar y adereza la cena. Ella crea poemas en la mesa y en la cocina hojaldres; letras y delicias para regalar, músicas del arpa de David sanando a Saúl y sanando también a David, alegrías del alma y de la boca condenadas por los abogados del dolor.

-Sólo el sufrimiento te hará digna de Dios- le dice el confesor, y le ordena quemar lo que escribe, ignorar lo que sabe y no ver lo que mira.

“Memoria del fuego / Los nacimientos” 
EDUARDO GALEANO

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1778, Filadelfia: Si él hubiera nacido mujer

De los dieciséis hermanos de Benjamín Franklin, Jane es la que más se le parece en talento y fuerza de voluntad.

Pero a la edad en que Benjamín se marchó de casa para abrirse camino, Jane se casó con un talabartero pobre, que la aceptó sin dote, y diez meses después dio a luz su primer hijo. Desde entonces, durante un cuarto de siglo, Jane tuvo un hijo cada dos años. Algunos niños murieron, y cada muerte le abrió un tajo en el pecho. Los que vivieron exigieron comida, abrigo, instrucción y consuelo. Jane pasó noches en vela acunando a los que lloraban, lavó montañas de ropa, bañó montoneras de niños, corrió del mercado a la cocina, fregó torres de platos, enseñó abecedarios y oficios, trabajó codo a codo con su marido en el taller y atendió a los huéspedes cuyo alquiler ayudaba a llenar la olla. Jane fue esposa devota y viuda ejemplar, y cuando ya estuvieron crecidos los hijos, se hizo cargo de sus propios padres achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos sin amparo.

Jane jamás conoció el placer de dejarse flotar en un lago, llevada a la deriva por un hilo de cometa, como suele hacer Benjamín a pesar de sus años. Jane nunca tuvo tiempo de pensar, ni se permitió dudar. Benjamín sigue siendo un amante fervoroso, pero Jane ignora que el sexo pueda producir algo más que hijos.

Benjamín, fundador de una nación de inventores, es un gran hombre de todos los tiempos. Jane es una mujer de su tiempo, igual a casi todas las mujeres de todos los tiempos, que ha cumplido su deber en esta tierra y ha expiado su parte de culpa en la maldición bíblica. Ella ha hecho lo posible por no volverse loca y ha buscado, en vano, un poco de silencio.

Su caso carecerá de interés para los historiadores.

“Memoria del fuego / Las caras y la máscaras”
EDUARDO GALEANO

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Los textos que preceden estas palabras, hablan de dos mujeres que quise recordar. Simplemente porque sintetizan el lugar que el orden social, determinó para ellas: Jane Franklin, asumiendo su condición de madre y esposa, ignorando un horizonte que le era vedado, y sor Juana Inés de la Cruz, con todo su ímpetu, enfrentando a una sociedad oscura tratando de procurarse el saber, cuando el saber estaba destinado sólo a los hombres. 
Beatriz Fernández Vila

viernes, 29 de enero de 2010

A LA SIESTA


Un latigazo de sol chasqueaba en el camino, y los duendes de la siesta tejían su rito mágico.

Venía rezagada del grupo de mujeres que salieron con ella en la mañana. Atrás quedaron los terrones deshechos de la tierra recién carpida, su ansiedad y su cansancio.

Respiró profundo y apuró el paso. Las medias oscuras ardían en sus piernas, la falda larga y el pañuelo en la cabeza hacían que se viera fea “Dios no permita que Maciel me vea así” pensó.

Bordeó el maizal de la tierra de Banegas, dispuesta a ganar camino por el callejón de los naranjos y cruzar el alambrado de la Arminda. Pero un cimbronazo seco la clavó en el suelo, y un hedor extraño le quebró los sentidos.

Cayó en una maraña pegajosa de la que no podía deshacerse. Sus movimientos se hacían lentos. Descendía por un túnel interminable, de donde cada una de sus células deseaba escapar. El canto de las chicharras sonaba lejano. Gritó mil veces, y otras mil, no escuchó su voz.

“Castigo, castigo a la desobediente, este es mi lugar, mi hora, mi reino, y nadie lo invade”

Unos brazos ancestrales la acunaban fuera del alcance del temido, pero volvía a caer en sus garras. Los pezones tibios a merced de la bestia. La boca húmeda escapando del beso repulsivo.

Se apoyaba plácida sobre una flor de irupé, y una canoita de camalotes la llevaba a la otra orilla. Pero las zarpas volvían a sujetar. La eternidad se derramó en esa hora.

Regresó de a poco a la quietud del maizal. Lamentos quejumbrosos de pájaros que no podía reconocer, volvían a llenar el espacio, y se supo de nuevo en su mundo.

Fue un instante. La tía Águeda la había prevenido tantas veces, y ella no le hizo caso.

La blusa rota, las medias arrancadas con brutalidad. Quiso borrarse ese olor de la piel, pero lo sentía pegado para siempre.

Recordó las advertencias de la abuela “No salga m´hija que a esta hora anda el Pombero”.

Y se vió pequeñita, espiando detrás de la ventana, cómo se marchaba montada en una espiga de trigo, el hada de la siesta.

Beatriz Fernández Vila

jueves, 21 de enero de 2010

SUEÑO INCUMPLIDO


Soñó tantas veces con algo similar, que aquella mañana cuando despertó, vivió la situación como un alivio. Era un sábado diáfano, las bocinas y el derrape de los autos sonaban lejanos.

Primero fue una mano; la vio desaparecer ante sus ojos y no le provocó ningún sentimiento. Luego un pie, desde su perspectiva de hombre en reposo lo vió desvanecerse ante él sin que esto lo conmoviera. Después fueron los brazos, de golpe, sin vueltas. Y las piernas, que se esfumaron casi sin que se diera cuenta; apenas la percepción de un leve cosquilleo que se consumió en el aire como un chispazo, y la ligera inquietud de verse sin extremidades.

Su imperfecto mundo de pesares se vió invadido por otros nuevos. Tan consistentes como los que dejaba atrás. Y pensó en la espalda de Sofía, en el lunar rojo de su hombro izquierdo, en el vaivén de sus caderas. Se sintió sin tacto. Con qué parte de su cuerpo la disfrutaría. Y tuvo conciencia suficiente para saber que no podría soportar lejos de su aroma.

Pasó largo tiempo percibiendo que se esfumaba de a poco. Que los problemas del mundo ya no serían para él.

A las tres menos cuarto el timbre sonó insistente; el portero lo despertaba a esa hora para su clase de inglés. Deslizó unas cuantas cartas bajo la puerta, pero ya no importaban. Deudas seguramente. Ninguna carta de amor, ninguna que reclamara un pronto regreso, ninguna que dijera te extraño.

El sol lamió tímido las hendijas de las persianas y pasó veloz. Detuvo su otoño en las paredes blancas. Y él tuvo la certeza de qué poco quedaba de lo que había sido.

Cuando la chica de la limpieza entró, era apenas una mancha imperceptible entre las sábanas. Y no sólo pensó en Sofía. Pensó en todas las Sofías, en todos los lunares, en todas las faldas diminutas que poblaban la ciudad y que en adelante se quedarían sin su mirada. En el sol y en las lluvias, en el amor y el desamor. En ese dolor que no desaparecía aunque él estuviese desapareciendo.

Cuando el lavarropas se puso en funcionamiento y arremolinó las sábanas, sólo quedaba de su ser el tímido vestigio de una mancha que resistió a esfumarse. Y olvidó problemas, dolores, soledades. Y gritó, gritó con todas las fuerzas que le restaban, deseando volver.

Beatriz Fernández Vila

domingo, 17 de enero de 2010

EL VALS DE LOS 15


Al buscar entre los recuerdos algunas imágenes que me ayudaran a hacer estas líneas, costó encontrarlas. Al principio no me di cuenta por qué. Después sí. Estuve buscando la figura de Alfredo Zitarrosa, entre los recovecos de la memoria, donde suelen guardarse las personas amadas y los momentos queridos. Pero allí no estaba. Casi una contradicción, pero, en realidad no lo era. Me equivoqué. Busqué a Zitarrosa en el lugar incorrecto. Debí buscar entre los afectos cotidianos, aquellos que uno lleva consigo todos los días, cuando ama a sus hijos, cuando se sube a un escenario, o se compone una canción. Por eso están tan nítidas las imágenes del cantor. Como las de aquella noche en el club Oeste, cuando lo vi por última vez. Durante su actuación estábamos todos enlazados por el embeleso que provocaba ese hombre serio, seco de palabras, de rostro severo y que, decían algunos, a veces solía sonreír. En un momento, alguien del público le pidió que cantara “María Pilar”. “Estando Teresa Parodi en la sala me parece prudente que me tome el atrevimiento de invitarla a cantar. Teresa…”, respondió. Me quedé dura. Después me levanté con dificultad y empecé a caminar. Tenía una sensación muy extraña. Mientras recorría los pocos metros que había hasta llegar al escenario, sentía una levedad increíble, pero al mismo tiempo, un peso muy grande me tironeaba hacia atrás. Estaba muy emocionada. Para mi era como si un enamorado pueblerino, en los años adolescentes me hubiera elegido para bailar el vals de los15. Los metros me parecieron kilómetros. Don Alfredo venía siguiéndome con la mirada. La gente gritaba nuestros nombres. Esa noche lo vi sonreír. Un espectador, seguramente alguien que lo quería y lo admiraba profundamente, como todos los que estábamos en esa cancha de básquet, se acercó a nosotros para tomar una foto. Alfredo se paró a mi lado, posando, al tiempo que le decía al improvisado fotógrafo con una sonrisa - que en los labios de aquel hombre que pocas veces reía, parecía mucho más hermosa -: “Fíjese en el compromiso que me pone…Nunca me pasó nada igual…Sáquela y mándeme una copia”… Y volvió a reír. Esta vez sin frenos. Un momento después estábamos cantando juntos la historia de María Pilar. No sé si afiné o si canté mal. Hice lo que pude. ¡Estaba haciéndole la primera voz nada menos que a Alfredo Zitarrosa, que cantaba un humilde tema mío…! Las piernas no me respondían. Como compositora, como cantora popular, como mujer, sentía todos los orgullos juntos. Aunque mi mayor orgullo fuera, también esa noche, que la gente, nuestra gente, supiera de qué estábamos hablando.

TERESA PARODI
(Enero 1994 - Diario “Página 12”)

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Yo también elijo buscarte entre las cosas queridas de todos los días.
Enero 17 de 2010

miércoles, 6 de enero de 2010

LOS FUNERALES DEL PALABRERO MAYOR


Hay que ponerle gallina rellena/ que el rey es fino madre mía
Le pones la mesa bien servida/ tu sabes que el rey es gente fina
Le pones un buen arroz volado/ que coma el rey considerado

(Diosa Coronada - Leandro Díaz)

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Ursula se seco las manos en el delantal. Había trabajado toda la noche, presa de una inquietud que la llevaba a todas partes y le impedía estar serena. Un presentimiento la perseguía, y se entretuvo adornando sus pececitos y sus gallitos. Desde que el tiempo le sobraba como ahora, se tomó por costumbre dibujarle las alas a los gallitos, las escamas a los pececitos, y los ojitos a ambos, alegres o tristes, según el ánimo del día. Y fue tanto el empeño que puso en esto, que convirtió su tarea de repostera, en preciosismo de orfebrería. Al amanecer, sus animalitos de caramelo, estaban listos para la venta. Antes de salir de la cocina, dio una orden solemne, con tono de premonición ¨PREPAREN ARROZ VOLADO Y GALLINA RELLENA, QUE TODO ESTE LISTO, PARA RECIBIR AL REY¨ y el rey, vestía de guayabera, luciendo como para boda, pero dormido como para funeral. Los cabellos canos, asomando a raudales por la espesura de su pelo negro. El bigote imponente, las manos reposando, y la frente ancha, plena todavía, de las historias que le faltaba contar.

Unas velas enormes chorreaban en la noche espesa. Los olores de la ciénaga se aquietaron de pronto, y se trastocaron en perfume dulzón de frutos frescos.

La noticia de la muerte había corrido por toda la costa, desde el CABO DE LA VELA hasta CARTAGENA. Y por las regiones del interior, desde la JAGUA hasta PALENQUE, despertando a hombres y mujeres, de la siesta pegajosa en la que caían, apenas el calor se les volvía insoportable.

Las mujeres lo presintieron en el río cuando lavaban la ropa. Un rumor solapado les había erizado la piel, y se pusieron a golpear sobre el lomo del agua para propalar una noticia, de la que ni siquiera eran concientes. Cuando regresaron a sus casas, ya la tenían metida en la sangre.

Los hombres lo supieron en las cantinas, donde casi desfallecieron de sed, porque cada vaso que servían se vaciaba misteriosamente, sin que nadie los bebiera. Y los ancianos, que esperaban la muerte bajo los castaños, lo supieron, porque sintieron de pronto una fuerza descomunal que les estiró la piel rugosa, y empezaron a exhalar una música alegre de acordeón, que los llevaba a bailar en las calles.

Un grupo que lo supo en VALLEDUPAR viajó hasta FUNDACION, los de FUNDACION hasta FONSECA, y los de FONSECA hasta JUAN DEL CESAR, confundidos porque nadie sabía dónde había comenzado la parranda. Y a medida que andaban camino, se iban plegando a la caravana, los acordeoneros que salían de las bodas, los guitarreros que venían de las serenatas, y los cantores, que despertaban de sus borracheras.

Un cura viejo y sordo, se les plegó en ARACATACA. No sabía cuál había sido la última vez que había celebrado misa, ni si recordaba aún los oficios más rudimentarios. Pero estaba convencido, de que fue él, quien había derramado las aguas bautismales sobre el ahora difunto, y debía ser él, quien oficiara el responso.

La enorme caravana marchaba, al parecer, sin rumbo. Pero en la seguridad de que en cualquier momento llegaría donde él estuviese, para rendirle honores.

El aire caliente dio paso a una brisa inexplicable. Y el sonido de la cumbiamba traía consigo un eco rumoroso de gente que avanzaba. Cuando sus amigos arremetieron en el velorio, ya sonaba el acordeón. Gabo se incorporó, pero no con su cuerpo de todos los días, sino con el espíritu que le acababa de nacer. Y se vió a si mismo entre candelas, acostado en esa mesa donde lo velaban “¡QUE GORDO ESTOY!!” pensó, pero la reflexión no le quitó el apetito. De todos modos se le hizo agua la boca, cuando miró el sancocho que acababan de posar sobre el mantel.

Los amigos, se abalanzaron de lleno sobre los manjares que habrían de disfrutar en su nombre. Y brindaron y rieron pòrque así se lo habían prometido. En tanto él, los miraba con sus ojos incrédulos de muerto reciente. Temeroso tal vez de que lo olvidaran, y solo quedara de su persona, el vago recuerdo de un talego de huesos, como el que trajo Rebeca cuando llegó a MACONDO.

Salió a la galería, una música lejana venía con la brisa. Entre las sombras, vió a unas muchachas que bordaban en la oscuridad, y se afanaban, en la búsqueda de hilos y festones, dignos de la labor que realizaban “ÉS PARA TI MI REY” dijo una con intenciones de probarle la mortaja que estaban bordando. El asombro lo dejo perplejo. Le dolió pensar que debía irse para el otro lado, vestido con esa ridiculez “NI MUERTO ME PONGO ESO” respondió. Y le levantó la falda a una mulata que pasaba, convencido quizás, de que ese contacto lo sujetaría a la vida.

Al anochecer del primer día, se instalaron a orillas del pueblo unos artistas ambulantes para sumarse a los honores que le rendían. Pero con clara intención de juntar algunas monedas con su espectáculo. Después de todo, era una variante más para sumarse a la parranda.

Un gitano cobrizo de vientre prominente y dotado de una desbordante oratoria, anunciaba números artísticos, que encerraban pocos atractivos, pero que en su empeño por describirlos hacía surgir en la concurrencia una suerte de embelezo tal, que era él, en si mismo el propio espectáculo. Una apabullante verborragia, adornó su boca con palabras que ignoraba que existían. Y se vió de pronto, mencionando la magnificencia del hecho histórico, que se estaba manifestando ahí nomás, al alcance de todos:  nada más y nada menos que el velorio de Gabito. Y se convirtió sin proponérselo, en biógrafo espontáneo del ilustre muerto.

La parranda tan buena, las copas sedientas, tanto o más que quienes la bebían, la música incansable que se metía por la sangre, hizo que unos cuantos quedaran tendidos en el patio. A él también se le caían sus párpados de eternidad, pero por las dudas, por si la muerte fuese tanta, que no pudiese soportarse siguió bailando y disfrutando metido entre sus amigos. Se había vuelto incansable desde que le ocurrió lo de la muerte. Estaba decidido a no dejarse vencer, y dispuesto a no abandonar la parranda, que se le hacía imprescindible desde que ocurrió lo que le ocurrió.

Las mujeres estaban tentadas de llorar y hacían un esfuerzo enorme para mantener la risa ¡Tan lindo el muerto! Si hasta parecía que se mostraba con el esplendor de sus primeros años. Sorprendiendo a la concurrencia y a si mismo, que se veía ahí acostado, cuando en verdad se sentía en pleno festejo mezclado entre la gente.

Ya en la mañana del segundo día cuando empezaron a despedirse y él trataba de convencerlos de que no se fueran, que no lo abandonaran en los brazos eternos de la muerte, no hubo forma de detenerlos, y lo dejaron solo. Se levantó para acompañarlos, pero alguien dijo “TU NO GABRIEL, TU TE QUEDAS” y las palabras quedaron sonando, desgranándose como las cuentas de un collar que acababa de romperse. Cayendo de a poco, de a una, deteniéndose en una pegajosa eternidad. El pensó que así sería en adelante. Todo para él comenzaba a ser una lenta eternidad. De todos modos insistió en ir detrás de sus amigos, Aunque algo más fuerte lo detuvo. Cuando giró para verse allí tendido, entre esas flores y esas velas, un hombre de aspecto elegante se encontraba junto al cuerpo; era el doctor Juvenal Urbino, quien acercó un espejo a la boca del difunto, para corroborar que la muerte se había hecho cargo por completo ”MUERTO ESTA DE MUERTE CABAL” aseguró. Y colocó una pluma en sus manos, para que la concurrencia supiera, que el de la guayabera, con aires de parranda y solidez de difunto, fue el más insaciable escritor que dio la América Morena.

Un sentimiento de vanidad lo asaltó de pronto ante esa imagen. Pero a pesar de ello, pretendió cambiar toda esa gloria, por un minuto más sobre la tierra.
Los párpados se le caían. Las notas del acordeón, empezaron a sonar pastosas, lentas, como si la música se alejase de la escena, o como si él mismo, estuviese desdibujándose “¡CARAJO, QUE VAINA, ESTO SI QUE ES LA MUERTE!” se dijo. Y vió como sus amigos cargaban con una botella de cerveza, para seguir la fiesta en otra parte “ESTO SI QUE ES EN REALIDAD LA MUERTE, QUEDARME SIN ELLOS” Y se metió en la cocina, donde Ursula estaba comenzando el trajín del nuevo día. Y pensó, que si ella ahora preparaba sus animalitos de caramelo, para deleitar a los ángeles, quizás él, podría contarle sus historias, para que no se aburran de tanta eternidad.

Beatriz Fernández Vila

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NOTA:

En el prólogo de DOCE CUENTOS PEREGRINOS, Gabriel García Márquez relata haber soñado con su funeral. Aunque tenía conciencia de estar muerto, se veía rodeado de sus antiguos amigos, compartiendo una parranda. Después, según él mismo lo confiesa, intentó escribir sobre ese sueño, y no lo logró.

Eso fue para mí un disparador. Así nació este relato en su honor; LOS FUNERALES DEL PALABRERO MAYOR es lo que yo imaginé a partir de esa anécdota. Deposité en este texto mi respeto, y la libertad de decir cosas que él no hubiese podido decir de su persona.

Me apoyé en su obra, tomando personajes, y recreando situaciones de su maravilloso mundo. Lo demás es pura admiración.