lunes, 24 de mayo de 2010

BICENTENARIO



Mi Patria cumple 200 años desde su nacimiento. Alguien me marcó en estos días la diferencia entre el festejo del primer centenario, y este otro, al que consideró en desventaja con respecto aquél. Y me enumeró algunos hechos importantes, como la visita de prominentes personalidades de la época, los fastuosos regalos de los países del mundo para nuestra incipiente Nación, que se perfilaba como hija dilecta de aquellos. Poderosa, ganadera, rebosante de gigantescos silos con granos suficientes para saciar el apetito del mundo entero. Donde palacios destinados a patricios apellidos, comenzaban a cubrir el paisaje de una Buenos Aires a la que le hacían olvidar su fisonomía de aldea, y le quitaban con urgencia el modesto vestidito americano, para cubrirla con un presentable soireé europeo. De espaldas a un río de lomo marrón, que arrojaba inmigrantes a su costa pródiga y se atragantaba de buques plenos de materia prima que abultaban pocos bolsillos.

En cambio ahora qué, se preguntaba el improvisado cronista. Ahora apenas celebraremos con unos recitales al aire libre. El relato, lejos de espantarme, me despertó un profundo orgullo. Y el pensamiento veloz, me llevó a las recurrentes fotos del centenario, donde portadores de galera y bastón, y una carroza transportando a una anciana princesa, le daban la razón a estas apreciaciones. Por cierto que noté la diferencia. Y rescaté esta celebración de hoy, más horizontal, más de iguales. Con un pueblo desbordando el asombro. Derramados en las calles, caminando una 9 de Julio, para ir al encuentro de sus artistas. Y sentí que algo mejor le pasó a mi patria en su segundo centenario; estamos ante la presencia de un pueblo protagonista, no espectador de ostentosos desfiles, y si conciente de ser parte de la historia. Y conciente también, de que ésta se construye con los aciertos y los errores de todas las épocas. No seríamos lo que somos sin aquellas vivencias que forjaron los primeros años del país: la festividad, coexistiendo con las revueltas, las luchas, las necesidades de un pueblo que estaba escribiendo las primeras páginas de su realidad. Prefiero la celebración de esta sociedad, que conoce lo que puede y debe exigir. Que se rearma con ingenio y perseverancia después de cada crisis, que pelea por su identidad, que de a poco se reconoce no sólo en aquellos que bajaron de los barcos, sino también en las naciones originarias, que existen, que están vivas, que tienen voz, que ya no aceptan la supuesta superioridad de la “civilización” y se plantan orgullosas para hacerse visibles, y transmitir su sabiduría.

Prefiero este segundo centenario, horizontal, llano, con muchas deudas pendientes todavía, pero reveladas, no ocultas. Y con hombres y mujeres tan humanos, tan viscerales, tan valientes o tan dubitativos como fueron nuestros hombres de Mayo, a los que la historia oficial, se empeñó durante todo un siglo de montar en un pedestal, para hacernos creer que nuestra pequeña humanidad no estaba al alcance de ninguna de sus proezas. Prefiero este segundo centenario, y me celebro en él, con mis miedos, mis dudas, mis cotidianas hazañas, tan vulgares o tan grandes como aquellas. Prefiero este camino con los ojos más abiertos, y en el comienzo de un destino común con los otros pueblos americanos, como lo soñaron Belgrano, Monteagudo, San Martín y Bolívar. Viva mi país, viva mi patria, viva la gente que la ama, y que la desea grande hoy, y para las futuras generaciones.

Beatriz Fernández Vila

sábado, 22 de mayo de 2010

ESA VOZ


Su noche galopa
se esfuma
se empecina
y vuelve.
Se pierde entre pliegues inciertos
y recorre el terror de otras horas.
Baja en serpientes de asombro
se nubla.

Acomete en la madrugada
con los últimos jirones que le restan
y se abre paso a un alba tibia
protectora
alejada del dolor.

La ciudad adivinada
presentida en horas de espanto
le roza otra vez la piel.
Se empeña en borbotones de vida
y ella intenta de nuevo la risa.
Se sumerge en esta claridad.
Desea que los olores
vuelvan a ser sus olores conocidos

Y recuerda aquella voz
que la arranca de las sombras
               latiendo
                             cálida
surgiendo de los rincones de la memoria.

                             Beatriz Fernández Vila