lunes, 2 de septiembre de 2013

DUEÑO DE TU AMOR QUIERO SER



Tenía nueve años apenas, cuando aquel muchachito que rondaba tal vez los 16 o 17, calzado en un apretadísimo traje de cuero negro, pasó por mi lado para treparse a un escenario, y desplegar todo su talento. Era la noche de un 25 de mayo, ya lejano. Y en la avenida central de mi barrio, festejábamos un año más de nuestra fiesta patria. Eran  tiempos de mayor fervor cívico quizás, y la celebración de una conmemoración semejante se cerraba con un espectáculo gigantesco, por el que transitaban artistas de trayectoria, y otros que estaban comenzando su carrera. Ese era el caso de aquel muchacho delgado, eléctrico y con carisma. Que fascinó a una parte del público, y despertó el prejuicio y los insultos de algunos inadaptados que no tuvieron un buen concepto de su imagen.

Recordé siempre con nitidez aquel momento. Aquella noche, en el escenario, brilló “Sandro y Los de Fuego”  Muchos años después, Sandro brillaría con luz propia, alejado ya de “Los de Fuego”, para  comenzar el largo, difícil, y muchas veces solitario camino (que paradoja) de un ídolo popular.

No fui una de sus admiradoras. Tampoco fui presa de esa fascinación que conmovía a miles y miles de mujeres, que suspiraban por él, e imaginaban tal vez ser la elegida de su corazón y compartir sus horas. Pero con el transcurso del tiempo empecé a sentir por ese hombre, un profundo respeto; por él, como ser humano, y por el personaje que creó, una admiración que iba más allá de sus cualidades artísticas. Si un artista logra sostener durante tanto tiempo la popularidad y el amor de su público, a ese artista ya no se lo discute, se lo respeta. Y eso me pasó con él.

Desconozco detalles íntimos de su vida. Pero lo que trascendió en tantos años de carrera, sólo fue el respeto, la dignidad, y la grandeza con la que se manejó siempre. En este hoy, en el que tan ligeramente, nos confundimos con mensajes vacíos, Sandro fue un ejemplo de los valores que enaltecen a un ser humano. Profundo, afectuoso, humilde y sincero, cuidó su intimidad como nadie, y no necesitó jamás de la exposición chabacana que se cocina en los programas de chimentos para mantenerse en la popularidad, en el amor de su gente, y en el reconocimiento de sus pares. Y no es esta una consideración nacida después de su muerte, como suele ocurrir, conmocionados por la partida. Hace ya mucho tiempo, que Sandro es, aún para aquellos que no nos contamos entre sus seguidores, el artista gigante que demostró ser.

Roberto Sánchez se calzaba el traje de Sandro, como alguna vez lo vi calzar aquel otro de cuero negro, y subía al escenario a entregar su arte. Pero sin olvidar jamás la esencia de ser humano inteligente y sensible. Inmensas cualidades, tal vez, para una sola persona. O quizá de esto, se trate ser un elegido, un artista popular, un ídolo del pueblo.

Beatriz Fernández Vila