Su noche galopa
se esfuma
se empecina
y vuelve.
Se pierde entre pliegues inciertos
y recorre el terror de otras horas.
Baja en serpientes de asombro
se nubla.
Acomete en la madrugada
con los últimos jirones que le restan
y se abre paso a un alba tibia
protectora
alejada del dolor.
La ciudad adivinada
presentida en horas de espanto
le roza otra vez la piel.
Se empeña en borbotones de vida
y ella intenta de nuevo la risa.
Se sumerge en esta claridad.
Desea que los olores
vuelvan a ser sus olores conocidos
Y recuerda aquella voz
que la arranca de las sombras
latiendo
cálida
surgiendo de los rincones de la memoria.
Beatriz Fernández Vila
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