Información
que no forma, deforma
y se amontona
en tu oído. (Pampa Yakuza)
-¡Mirá Paula!... ¡Parece que es tu pueblo!...
Dejó la plancha a un lado y miró el
televisor.
-Sí… es mi pueblo… - respondió. Y
se quedó pensativa, mirando el lugar que reconocía, pero le resultaba extraño a
través de la pantalla.
-Mirá vos… los de la ciudad
creemos que la inseguridad sólo la vivimos nosotros, y en ese pueblo
insignificante, fijate las cosas que pasan.
Los noteros le cerraban el paso a
una mujer que salía de una casa. Una muchedumbre le gritaba asesina.
Los titulares en rojo furioso,
hablaban de justicia por mano propia, y pueblada.
-¿Qué es pueblada? - preguntó
inocente.
-Quiere decir que los vecinos la
van a linchar-le dijo la señora.
A ella le pareció reconocer a la
mujer que intentaba evitar los golpes que le daban, a pesar de la
custodia policial. El televisor repicó la noticia el resto de la tarde, y ella se
metió en la cocina a preparar la cena. Durante la comida, los patrones comentaron
el episodio y después pasaron de un canal a otro, para ver cuál lo cubría
mejor. En un momento que entró al living tuvo la certeza de quién era la mujer
que había visto por la tarde. Tenía moretones en la cara y las manos esposadas.
Un enjambre de micrófonos y celulares se abalanzaban sobre un hombre de traje
que explicaba que estaba incomunicada.
-¡Creo que es la Herminia! - dijo
por lo bajo, y los señores la escucharon.
-¡¿Qué… la conocés?!
-Me parece que sí -susurró apenas.
-¿Quién es? –dijo el señor
-Una señora que tiene un comedor.
¿Qué hizo?...
-Secuestró a un nene y lo mató.
Parece que lo tenía encerrado mientras los padres lo buscaban por todas partes.
Ella recordó una mañana fría. Un
hambre tenaz que la acompañaba. Y un tazón de leche humeante, que le había servido la Herminia en la misma
mesa donde comían también sus hijos. Y
otras mañanas que pasó por la casa hasta que su hermano mayor, la llevó a
trabajar al pueblo.
-¡Pero fíjate che!... ¿Quién va a decir?... Un pueblito tranquilo, perdido
por ahí, y sin embargo, pasan las mismas barbaridades que acá.
-Lo mismo le decía yo esta tarde.
¡Si vieras cómo estaba la gente! No te
imaginás… querían matarla.
-Justo ahora que te estabas yendo
para allá, mirá lo que vas a encontrar - dijo el señor.
-¿Pensás ir igual? Mirá que
aquello es un lío. Fíjate cómo está todo; el clima que hay, y la gente… la
gente del pueblo que la quiere matar a esa asesina- dijo la señora.
-¡No es verdad! alcanzó a decir
tímidamente.
-¡¿Qué?!... ¿Qué querés decir?
Que la televisión va inventar una noticia como esa? No seas tonta.
Acá, sentate acá, cerca de la
Tami. Este es tu plato, y ellos son tus nuevos amiguitos. ¿Te gusta el guiso?
¡Si tenía que ir! iba a ir igual, porque
extrañaba. Además, estaba tan cansada, necesitaba estar allá.
En el quiosco de la terminal miró
los diarios, una revista mostraba la cara de la Herminia. La señora que se
sentó junto a ella en el micro, le habló del tema; leía la misma revista que
había visto antes de subir, le comentó que era del pueblo vecino, y que estas cosas
antes no pasaban. Después le mostró una serie de fotos que la impresionaron. Unos
adolescentes, subieron en el camino
contando a gritos las últimas novedades. A pesar del barullo, ella se quedó
dormida, y soñó que le servían un plato de comida envenenada. Cuando despertó, agitada,
la señora del asiento de al lado ya no estaba.
Más tarde, tuvieron que esperar
auxilio en una estación de servicio porque el micro tuvo un desperfecto. En el bar,
la chica del mostrador miraba absorta el televisor; las imágenes eran las mismas de la tarde anterior,
y mientras la atendía, le dijo que no tenía ninguna duda de que había sido esa
mujer, bastaba con mirarla. “Yo lo vi en el canal 17, ellos te cuentan todo. ¿Viste
los diarios?” le preguntó. “Fue ella, a mí que no me digan”.
Ahí, Paulita, fíjate ahí, esa
remerita era de mí hija, a ella le queda chica, llevátela. Y llevate también esa bolsa de pan. Pensó en
sus hermanos, en la próxima parada compraría golosinas para llevarles.
-¡¿Se da cuenta?!... ¡Qué barbaridad!
Con sólo mirarla se le nota en la cara – comentó un señor a una joven que tenía
cerca.
-¡Estas son las peores! Vaya uno
a saber qué les hacía a los chicos que iban a su casa. ¿La vio a la hija?
Igualita a ella. En cualquier momento cae también. No me extrañaría.
-¡Más bien!... Vaya a saber si no
andan en drogas y todo eso.
-Tráfico de órganos, dicen.
-Yo la vi cuando le querían
pegar, ni se defendía.
Paula prefirió mirar por la ventanilla,
y el paisaje la fue relajando.
No te preocupes… Mirá Paulita no les hagas caso. Ellos te
molestan porque son unos tontos, ya se les va a pasar, vos tranquilita, no
tenés que hacerles caso. Además una señorita no anda agarrándose a trompadas.
Sécate esas lágrimas y vení. Me vas ayudar a servir la leche, vos repartí el
pan.
En el televisor del micro apareció una señora a la que le
preguntaban si estaba confirmado lo del cráneo destrozado y el tórax abierto. Si
estaba al tanto de los mensajes mafiosos, y si podía confirmar que era una
venganza. La señora les dijo que no era verdad. Ella era la jueza y desmentía
esa versión. Pasaron de inmediato a las imágenes del día anterior, cuando
golpeaban a la acusada.
¡Bueno Pauli… no llores! Yo sé
que decís la verdad, y sé que los chicos están mintiendo. Vos sos una nena
inteligente y tenés que entenderlos. Después hablo con ellos y todo se va
arreglar. Yo te creo.
El micro se detuvo poco después, porque la policía hizo señas para llevar a
unos periodistas. La combi en la que viajaban se había roto, y tenían que
llegar a tiempo para la pueblada de la noche. El señor que hablaba con la chica,
les preguntó si tenían novedades.
Era bastante tarde cuando llegaron.
Los primeros en bajar fueron los periodistas, que se sentaron en el hall de la
estación para preparar las cámaras. Los pasajeros se detenían frente al
televisor; en un canal debatían un sicólogo y un criminólogo. El conductor dio
paso a un flash de último momento, y el fiscal de la causa explicó que la
detenida no tenía nada que ver en el caso; fue el propio padre quien mató a
golpes al chico, y acababa de confesar. Alguien preguntó si era cierto que la
causa se complicaba, porque un nuevo testigo acusaba a la mujer. El fiscal
volvió a decir que no era así, por el contrario, todo se había agilizado por la
confesión del padre. La imagen se desplazó rápidamente a los estudios donde se
había sumado una familia víctima de la inseguridad. Uno de los periodistas que
venía en el micro, antes de salir de la terminal, bajó el volumen del televisor;
en la pantalla quedó latiendo un cartel
“Se complica la causa, aparición de un testigo” Por casualidad, cuando salía,
Paula se cruzó con su prima.
-¡Viste lo de la Herminia! –le
gritó desde lejos. Ella quiso explicarle lo que acababa de
escuchar – Siempre me pareció rara esa. ¿Te acordás que yo nunca iba al
comedor? ¡Más bien!... ¡Qué iba a ir! si se le notaba. Siempre mandona, siempre
tenía algo para decir ¡Andá a saber de qué me salvé! Ahora me voy para la
plaza. ¡Están los de la televisión! ¿Vas a venir?… ¡Esta noche le quemamos la
casa a la asesina esa!
Beatriz Fernández Vila
*Publicado en el libro “Despiertos en la lluvia” (Avatares IX año IX),
compilación Marta Rosa Mutti (Editorial
Dunken, Noviembre 2011).