Los barcos no preguntaron por mí
en la tarde oscura de las orillas
lamieron con timidez el mar
hasta que un cormorán de asombro
les gritó el primer sonido
de estas tierras.
lamieron con timidez el mar
hasta que un cormorán de asombro
les gritó el primer sonido
de estas tierras.
de cántaros y siembras
trasmutó en horror
y mi piel
se entregó en sangre
a la palidez de sus designios.
El dios de su creación
vomitaba la sinrazón de sus deseos.
No perseguían
el vuelo de los pájaros
ni los manantiales
ni la luna.
En el metal de la codicia
brillaron los ojos forasteros.
Y los míos
supieron para siempre
de las horas del desamor.
de las horas del desamor.
Beatriz Fernández Vila