miércoles, 25 de diciembre de 2019

JALEA DE ALMENDRAS


“Jalea de almendras -decía Matilde- tengo que preparar jalea de almendras”. Y revolvía en una olla de cobre, una pasta extraña. Después la guardaba envuelta en unos lienzos blancos, blanquísimos, cubiertos con azúcar impalpable. Con el paso de los días se transformaba en un dulce sólido y maleable. Abandonaba por completo su aspiración a jalea, pero Mati insistía en llamarlo así.

La que le hacía verdaderos honores a su exquisitez era mi hermana. Que se empachaba desde octubre hasta noviembre, mes en que mi abuela comenzaba con las confituras de Navidad. Motivo suficiente para que la especialidad de Matilde se salvara momentáneamente de la depredadora.

Paulita se trepaba a lo más alto de la alacena, donde Mati había apilado sus delicias para que no las alcanzara. Y las engullía por las noches con esmero. Después de que mamá pasara por el cuarto, y nos mirara la lengua para saber cuándo recurrir a la purga del mes.

“Jalea de almendras” repetía Matilde desde que comenzaba septiembre. Y compraba en el pueblo unas almendras doradas, y las ponía en agua hirviendo para quitarles la piel, y comenzar con su ritual.


Nunca me gustaron las almendras, pero sí ese dulce extraño que surgía después de horas de trabajo. Extenuante para mí, porque Mati le ponía tanto empeño que la apartaba de sus historias de brujas y duendes.

Ayer, cuando Guillermo vino a saludarme por las fiestas, y me regaló esa caja, con esos dulces deliciosos que preparó su madre, yo que vivo a dieta, abrí uno para probarlo, porque sé lo importante que es para él esa delicadeza de compartir lo que me trajo. Tomé cualquiera al azar, y me encontré con una jalea de almendras auténtica; flexible y dulce como la de mi Matilde. La devoré hasta el último trocito saboreando recuerdos. Atrapando contra el paladar, su estructura arenosa, para desmigajar pacientemente su dulzor, y que no se fuera más. Respirando Navidad. Trepada al naranjo para recoger las flores de jacarandá que caían sobre el techo. Sintiendo el aroma de los duraznos rojos. Y el de los ananás, que colgaban de la galería aguardando el momento de entregarnos sus delicias.

"Jalea de almendras" repetía Matilde, mientras abría esa caja. Y me llenaba de duendes y me llenaba de hadas, y me arropaba el alma.

texto: Beatriz Fernández Vila
ilustración: Milagros Cabrera

(Relato y dibujo integrantes del libro de Cuentos Infantiles "Jalea de duendes", de Beatriz Fernández Vila, ilustrado por Milagros Cabrera. Editorial Dunken, 2016).
 

lunes, 28 de enero de 2019

ENCUENTRO


Ella por el corralito, y él porque hacía tiempo que no comía, se encontraron en una calle bulliciosa, plena de cacerolas y bocinazos. Y porque “qué barbaridad” y “ya no se puede más”, hicieron esas cuadras de manifestación como si se conocieran desde siempre.

Y más adelante una cámara de televisión la enfocaba, y ella vomitó su bronca. El se quedó fascinado por esa mujercita que había brotado del asfalto y ahora decía con solvencia todo lo que él quería gritar.

Se tomaron de las manos para marchar encadenados y dejar afuera a los violentos. Cantaban el himno y lloraban, como todos los demás.

Sin saber cómo se desencontraron en la plaza, y presintieron que algo peor les podía suceder, no verse más, por ejemplo.

Cuando volvieron a encontrarse, los dos vibraron de emoción. Y por si las dudas, o por si las broncas, ella le abrió sus sábanas tibias, y él se quedó para siempre.

Beatriz Fernández Vila

DERRAMADA Y REPETIDA


Derramada y repetida
en esta incertidumbre
me invento en soles.
Busco en mi esencia
ese vértice inicial
navego en lagos de plata
y en cántaros azules
mis duendes cocinan
panes de luna
hurgan en la corteza verde
de los sueños.
Beatriz Fernández Vila
 

A VECES LAS HORAS


A veces las horas conspiran
en laberintos oscuros
Desnudan sus máscaras de insomnio
crean espectros
para eternizarse en sombras
Y resisten
detrás del hambre y el desamor.

Otras veces la insolente
perseverancia del hombre
les impone el día.
Beatriz Fernández Vila
 

POEMA


Los sueños
suelen gritar en otras latitudes
sabor que esquiva
esta verdad de esquina rota
que es todo mi universo.
Gusto a silencio
a árboles de agua
a mapas milenarios
y coros antiguos.
Extraño marasmo
que desvela la pupila alerta
y el párpado expectante. 
Beatriz Fernández Vila
 

miércoles, 23 de enero de 2019

PRESENTACIÓN "PALABRAS EMIGRADAS" - EDITORIAL DUNKEN


El Sábado 15 de Diciembre de 2018 en Editorial Dunken (Ciudad de Buenos Aires, República Argentina), fue presentada la Antología de Cuentos "PALABRAS EMIGRADAS", compilada por Camila Distefano.



Esta edición está enmarcada en el Programa ROI, con participación totalmente gratuita, de Editorial Dunken. En ella se incluye el cuento "EXTRAÑA CRIATURA" de Beatriz Fernández Vila, disponible para su lectura en este Blog.

EXTRAÑA CRIATURA


El agua buscaba la orilla. La luz tímida del amanecer, dibujaba apenas el contorno de las cosas. Y la quietud acallaba los sonidos del lugar.

La extraña criatura permanecía inmóvil, sólo sus párpados ondulaban serenamente en la plenitud de un sueño que parecía placentero.

Un pequeño fruto se estrelló en la arena, y fue el primer movimiento que alteró la tranquilidad. La criatura tuvo un sobresalto. Estiró los brazos, se llevó las manos a los ojos, y después de la inquietud primera miró a su alrededor para ver dónde estaba. A su alcance, nada conocido. Le dolía el cuerpo. Y cuando la luz comenzó a definir el entorno ya no tuvo dudas de dónde se encontraba. Se creyó solo, pero por una extraña razón, una resignación profunda lo abarcó por completo, y permaneció en reposo como si supiera que en adelante tendría todo el tiempo para desesperar.

Cuando los sonidos cobraron vida, el rumor del agua fue el primero que distinguió, el aleteo de los cormoranes después, y el graznido de otras aves que no reconoció.

La brisa, le trajo un sonido melodioso desde un lugar que no pudo precisar, pero parecía cercano. Permaneció quieto, esperando volver a oírlo en la esperanza de que fuera real. Hasta que volvió a sonar en un apagado intento, y un alborotado serpenteo agitó la arena. Eran risas... o voces; sonaban frescas y alegres, y aunque extrañas para sus oídos, tuvo la certeza de su significado; hablaban de él.

- ¡Qué bello es! – le pareció entender

- ¡Qué hermoso rostro!

Una cabellera rubia le rozó los ojos, los entreabrió apenas para saber que no soñaba.
Las dueñas de las voces lo rodearon para observarlo mejor, unas gotas de agua de mar caían de sus hombros, las pieles blanquísimas olían a sal.

- No se acerquen demasiado…

- Un poco nada más, para mirarlo mejor.

- No está bien lo que hacemos, ¡es tarde, nos debemos ir!

- Sólo un poco, nadie lo sabrá.

De pronto, un raro silencio se suspendió en el espacio, un extraño sobrecogimiento se cristalizó en el aire, y una voz temblorosa dijo algo como:

- ¡No lo toquen, es otro de esos monstruos!

Y se apartaron horrorizadas, serpenteando sus bellas colas escamadas, rumbo al mar.

Beatriz Fernández Vila