domingo, 27 de junio de 2010

CANDELARIA


Fue la Mari, desde que llegó llena de miedo, y hasta que la desazón se le hizo costumbre. Aprendiendo a servir, mientras soñaba que el agua de la laguna volvía a rozarle los pies, o que las noches de su pueblo volvían a curarle el alma. Y acunó en sus brazos morenos, a los hijos de sus patrones, desde antes que supieran hablar, cuando ella era todavía la sabia, hasta que sabían tanto que ya no la tomaban en cuenta. La falta de escuela se le hizo carne, y con los años pareció más ignorante de lo que era, porque la frescura se le fue yendo, y ni siquiera preguntaba con la espontaneidad que trajo al llegar.

- Guaynita. Mire que si no está lista para las cinco, la Mercedes no la puede esperar.

- No me quiero ir abuela.

- No me haga eso m´hija… usted sabe que acá no la puedo tener.

- ¿Pero qué voy hacer sola en la capital? ¡No me haga ir que la voy a extrañar!

- Duérmase ahora y pídale a la virgencita de Itatí que la proteja.

Aquella noche, fue el último retazo de caricias que recordaría hasta el final de sus días.

El tren surcaba veloz los maizales. En un abrir y cerrar de ojos, las cosas que miraba ya no estaban, sólo a lo lejos los ranchos parecidos al que había dejado, se perpetuaban en el paisaje con obstinación, simplemente para que el dolor que llevaba no se le fuera más.

La Mercedes le dio unas cobijas para taparse, y que el único vestido que tenía no se viera impresentable por el polvo del camino. Llevaba unas galletas en el bolso, pero no probó ninguna.

Por suerte la noche inmensa tuvo piedad y le trajo un sueño profundo. Se quedó dormida arrullada por el sonido de los acordeones, que desgranaban un chamamé quejumbroso, y le traían rumor de camalotes.

- Candelaria, quédese adentro m´hija, duerma la siesta, que si no duerme se la va a llevar el Jasi jateré

- Abuela, ¿es verdad que a la Glide se la llevó el Jasi?

- Basta m´hijita, duerma. Se me ha puesto muy habladora. ¿Sabe lo que ese viejo feo hace con las guainytas habladoras?

- Le arranca la lengua para que no hablen nunca más. ¿Es verdad que un día se le apareció en la laguna, y usted se escapó arriba de un yacaré?

- Duerma m´hija, duerma. No pregunte zonceras.

Enero se derramaba sobre el arenal. La desazón, le arremolinaba los sueños que la llevaban de nuevo a su lugar.

- ¡No me deje ir abuela!

Golpeaba las paredes del rancho, y nadie la escuchaba

- ¡No me deje ir! ¡Que tengo miedo!

Nunca había sentido tanto temor, ni cuando se cayó del naranjo salvaje. Ni cuando la picó esa víbora, y se pasó la noche entera rezándole a Lega para que no le pasara nada. Ni cuando se llevaron a su madre para el hospital y no volvió más. Nunca, nunca tanto miedo como el que sentía ahora que la Mercedes la llenaba de recomendaciones. Y le decía que la señora que la esperaba era muy exigente. No quiso preguntar que era eso, pero no le gustó. De seguro no era algo bueno, porque cuando la Mercedes se lo decía se ponía seria.

Cuando despertó en la mañana, los musiqueros ya no estaban, ni el señor con la jaula de conejos, ni la señora con las bolsas de naranjas. Iban llegando a un lugar desconocido, y la gente que subía al tren era muy rara. No dijo una palabra, aunque se moría de curiosidad. Si la gente de la capital era como esa, no le iba a gustar. Se quedó muda por el resto del viaje, y cuando el tren se metió en ese lugar inmenso donde había otros trenes, ya no entendió nada.

En el andén esperaba una señora muy bonita, muy alta y rubia.

- ¿Esta es la chinita Mercedes? Es medio flacuchita. Espero que sirva. ¿Cómo te llamás?

- Candelaria

- Demasiado largo, te voy a decir Mari. Y espero que aprendas rápido.

Después… el desarraigo. Los proyectos de otros, en los que ella no contaba. La angustia y el extrañar, y el no haber vuelto jamás a su pueblo.

Sentía el cuerpo dolorido. Las paredes del cuarto se derrumbaban en un sopor pantanoso. La fiebre la estaba consumiendo, o los años tal vez.

Lejos la laguna, lejos el paraisal, y lejos sus años de Candelaria. Un rumor de agua tiraba de su sangre, y la volvía a los naranjos, a las siestas, y al arenal.

- Quiero estar con usted abuela.

- Duerma m´hijita duerma.
Beatriz Fernández Vila

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Guaynita: muchachita.

Jasi jateré: personaje de la mitología guaraní, con el que se asusta a los niños para que respeten la siesta.

Lega: modo familiar con el que se nombra a Olegario Alvarez, bandido rural de principios del siglo XX. Que en Saladas, en la provincia de Corrientes se venera como santo.