El agua buscaba la orilla. La luz tímida del amanecer,
dibujaba apenas el contorno de las cosas. Y la quietud acallaba los sonidos del
lugar.
La extraña criatura permanecía inmóvil, sólo sus párpados
ondulaban serenamente en la plenitud de un sueño que parecía placentero.
Un pequeño fruto se estrelló en la arena, y fue el primer
movimiento que alteró la tranquilidad. La criatura tuvo un sobresalto. Estiró
los brazos, se llevó las manos a los ojos, y después de la inquietud primera
miró a su alrededor para ver dónde estaba. A su alcance, nada conocido. Le
dolía el cuerpo. Y cuando la luz comenzó a definir el entorno ya no tuvo dudas
de dónde se encontraba. Se creyó solo, pero por una extraña razón, una
resignación profunda lo abarcó por completo, y permaneció en reposo como si
supiera que en adelante tendría todo el tiempo para desesperar.
Cuando los sonidos cobraron vida, el rumor del agua fue el
primero que distinguió, el aleteo de los cormoranes después, y el graznido de
otras aves que no reconoció.
La brisa, le trajo un sonido melodioso desde un lugar que no
pudo precisar, pero parecía cercano. Permaneció quieto, esperando volver a
oírlo en la esperanza de que fuera real. Hasta que volvió a sonar en un apagado
intento, y un alborotado serpenteo agitó la arena. Eran risas... o voces;
sonaban frescas y alegres, y aunque extrañas para sus oídos, tuvo la certeza de
su significado; hablaban de él.
- ¡Qué bello es! – le pareció entender
- ¡Qué hermoso rostro!
Una cabellera rubia le rozó los ojos, los entreabrió apenas
para saber que no soñaba.
Las dueñas de las voces lo rodearon para observarlo mejor,
unas gotas de agua de mar caían de sus hombros, las pieles blanquísimas olían a
sal.
- No se acerquen demasiado…
- Un poco nada más, para mirarlo mejor.
- No está bien lo que hacemos, ¡es tarde, nos debemos ir!
- Sólo un poco, nadie lo sabrá.
De pronto, un raro silencio se suspendió en el espacio, un
extraño sobrecogimiento se cristalizó en el aire, y una voz temblorosa dijo
algo como:
- ¡No lo toquen, es otro de esos monstruos!
Y se apartaron horrorizadas, serpenteando sus bellas colas
escamadas, rumbo al mar.
Beatriz Fernández Vila