miércoles, 25 de marzo de 2020

LENTOS REFLEJOS (Una historia muy actual)


La mañana que vi su pijama junto a mi almohada, debí tirarlo a la basura. ¿Por qué los edificios ya no tienen incineradores? Y aquel día que la espuma de afeitar flotaba delante de mis ojos debí tomar el aerosol y vaciarlo; lo pensé largamente mientras la nube gorda y salpicada de pelitos, resistía a escurrirse por el lavabo. Lenta de reflejos, sólo atiné a mirarla mientras desaparecía.

Los domingos de sol compartidos con Amaranta fueron lindos. Ella es una nena dulce y vivaz, experta en códigos freudianos. Carne de diván, por sus largos años de terapia, aunque sólo cuente con nueve. Me divertía su charla cargada de clichés, recopilados en los distintos hogares por los que deambulaba durante el resto de la semana. Pero debí alertarme la mañana que por la mirilla vi su uniforme de colegio frente a mi puerta, demasiado temprano para visita de cortesía. Y cuando vi la primorosa cesta de desayuno que había comprado en la confitería de la esquina, debí salir corriendo, y arrojarme por el balcón.

Mañanas como esa siguieron sucediendo, seguidas del llamado telefónico de su padre, para pedirme el favor que la llevara a la escuela. En medio de la confusión, no tuve en cuenta que algunas camisas empezaron a colgar de mi placard, y tampoco reaccioné la noche aquella que escuché “Gorda, comí como un cerdo, ¿no tenés sal de frutas?” ¿Por qué no vacié el frasco en el inodoro?

Pero en ese momento sus problemas ya eran míos. Él llevaba algunos de mis asuntos en su estudio contable, y me ponía al tanto de las novedades por las noches, después de una cena hecha con mis manitos. La trama se fue entrecruzando con problemas y soluciones, y como una mosca caí en su telaraña.


No sé cuánto hace que veo el tubo de mi dentífrico despanzurrado y chorreante, pero acabo de decir basta, después de clavarme en el pie sus uñas cortadas, desparramadas en el piso de mi baño.

Beatriz Fernández Vila

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