Ella por el corralito, y
él porque hacía tiempo que no comía, se encontraron en una calle bulliciosa,
plena de cacerolas y bocinazos. Y porque “qué barbaridad” y “ya no se
puede más”, hicieron esas cuadras de manifestación como si se conocieran
desde siempre.
Y más adelante una cámara de
televisión la enfocaba, y ella vomitó su bronca. El se quedó fascinado por esa
mujercita que había brotado del asfalto y ahora decía con solvencia todo lo que
él quería gritar.
Se tomaron de las manos para marchar
encadenados y dejar afuera a los violentos. Cantaban el himno y lloraban, como
todos los demás.
Sin saber cómo se desencontraron
en la plaza, y presintieron que algo peor les podía suceder, no verse más, por
ejemplo.
Cuando volvieron a encontrarse,
los dos vibraron de emoción. Y por si las dudas, o por si las broncas, ella le
abrió sus sábanas tibias, y él se quedó para siempre.
Beatriz Fernández Vila
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