martes, 21 de enero de 2014

LEYENDA (EL GALOPE)


Hace tiempo que olvidamos la certeza de su origen. Creo que la historia estuvo rondando las charlas, los pensamientos y las innumerables conjeturas de este pueblo. Tal vez nunca sucedió, y sin embargo cada uno de nosotros creyó comprobarlo alguna vez.

Primero el galope se abría como un tajo en la noche oscura, incesante, tenso. Lo escuchábamos nacer desde la nada, y permanecíamos quietos todo el tiempo que duraba su insistencia. Las miradas furtivas para ver quién no temía. La respiración entrecortada esperando que se apaciguara, hasta apagarse.

Los que alguna vez se animaron a mirar, dijeron ver aquellas  figuras fantasmales empeñadas en una carrera infinita.

------------------------------

Alguien había dicho en el boliche que el hijo no era de él, y eso le costó una herida fiera en la cara. Otro lanzó un gemido profundo y se quedó muerto. El ofendido escapó de allí, y cuando llegó a la casa, su mujer estaba pariendo.

El sol no había salido. La lluvia que comenzó tenue a la madrugada, arreciaba con furia hacia las ocho de la mañana. La comadrona bajó del cuarto con unos trapos ensangrentados y pidió más agua. Un tibio berrido había quebrado minutos antes el sopor de la casa. Luego, un silencio pesado y de zozobra llenó el espacio.  Eligio Benítez alcanzó a escuchar el llanto y fue el último sonido que se llevó con él. Después se marchó al tranco y se perdió en la lluvia intensa.

Los rumores de infidelidad le habían llegado un tiempo antes, a poco de casarse. Y a él no le costó mucho creerlo porque a su esposa la había comprado, como compraba todo lo que se le antojaba desde que empezó a sobrarle el dinero. Además, era cierto que ella lo trataba con desdén; con la poca estima que sienten los de su clase por aquellos que son como Eligio: carentes de la condición que no otorga el dinero, sino la estirpe. Pero el desastre económico de la familia era una vergüenza que también la rozaba, y por la que estaba dispuesta a sacrificarse hasta donde hiciera falta, aún a costa de unirse para siempre a ese infeliz  que había logrado la fortuna suficiente como para aspirar a ella.

Lo que no era cierto era lo del hijo, que en verdad era de él. Porque a Matilde Leyes le sobraba decencia hasta para serle fiel a un hombre al que no amaba.

Pero los chismes de pueblo chico, suelen incrustarse en el corazón. Más aún, si sobran motivos para creerles. Cuando aparecieron, a pesar de la bronca, supo sortearlo mientras pudo. Pero más tarde se desataron por la sangre para convertirse en un rencor sórdido que no logró soportar.

Hasta que aquella madrugada de copas, de burla solapada y de encuentro con Leandro Lugo, algo de lo que dijo otro desató la ira. Y Eligio asestó el puñal, en el cuerpo de ese hombre que no había abierto la boca. Que sólo estaba allí  porque al parecer era su hora, y cuyo único pecado fue ser su enemigo por otras cuestiones.

Cuando el cuerpo cayó, y los gritos y el asombro de los demás quedaron temblando en la atmósfera asfixiante, atinó a escapar sin que nadie corriera tras él. Sólo el galope furioso de aquel animal salido de las sombras llevando el cuerpo ensangrentado del muerto que no estaba dispuesto a perdonarlo.

Hay quienes aseguran que Leandro ya muerto alcanzó a Eligio en el camino y le dio muerte. Y quien llegó a la casa justo cuando nacía el hijo, fue su espíritu, que ya había comprendido la verdad.

Todavía los más viejos del lugar cuentan la historia como si la hubiesen vivido, porque las emociones de esa noche se mezclaron para siempre, en la imprecisión de los que creyeron estar allí.

El caserón que está a orillas del pueblo, donde comienza el “Montecito de las Ánimas”, aún hoy se conoce como la “casa de Benítez”. Y los que se atreven a pasar por el lugar en noche de tormenta, aseguran ver esas figuras fantasmales partiendo la noche con el galope furioso, que llega hasta el fondo de la casa para perderse en el silencio. Después, el tranco apacible de un caballo que se aleja, y un llanto de niño que se suspende en el aire cuando empieza a amanecer.
 Beatriz Fernández Vila

*Publicado en la antología "Los vuelos del tintero", selección de  
Roberto Barletta (Editorial Dunken, Agosto 2010).

No hay comentarios:

Publicar un comentario