martes, 21 de enero de 2014

DE ALGÚN MODO


Mientras se alejaba sintió todavía esa humedad en las manos, había percibido el charco pegajoso  aferrándose a sus pies y esa desazón que no lo abandonaba.

La historia se fue rearmando en sus recuerdos y le pareció que nada iba a quitarle la angustia que sentía. Las imágenes surgían ordenadas, minuciosas e implacables, y recordó las madrugadas trabajando en lo que había aprendido desde chico con los peones del campo, sus días junto al patrón que andaba con él de aquí para allá; que le enseñaba todo lo que sabía y lo distinguía de los demás, y el día aquél que apareció con esa mujer que presentó como la esposa.

Las cosas parecieron igual por un tiempo, pero todo cambió con la llegada del hijo. Lo recordaba bien, porque había nacido justo el día en que nació su segundo hermano. La cocinera preparó una cesta llena de mercadería como hacía siempre por orden del patrón, y le dijo que se fuera temprano porque seguramente la madre lo estaba necesitando

Y después de eso, una mañana en que la mujer del patrón lo encontró desayunando en la cocina como hacía siempre y armó un revuelo que él no entendió bien, de buenas a primeras  las puertas de la casa se cerraron sin explicación. Y buscó la respuesta por su cuenta en medio de ese desconcierto que no podía soportar. Su protector comenzó a evitarlo, y cuando lo cruzaba por casualidad, el saludo apenas susurrado le hizo entender que las cosas ya no eran igual. Repentinamente se convirtió en uno más y un resentimiento callado lo fue atrapando, mientras crecía en medio de las tareas que conocía como nadie.

Y un día, cuando al hijo del patrón se lo llevaron al mejor colegio para que comenzara los estudios, lo vió alejarse con el padre en la camioneta, y uno de los peones nuevos que al parecer sabía mucho más que él, dejó deslizar la respuesta que había estado buscando y que se tardó en encontrar “parece que al hijo legítimo hay que mandarlo a la escuela” le dijo, y el puño crispado interpretó la frase tantas veces ahogada y fue a estrellarse con furia sobre el agresor, aunque los que vieron, creyeron que el agresor era él.

No preguntó si aquello era verdad, le bastó aceptar lo que no había querido comprender: alguna que otra escena a la que no prestó atención, los hermanos que siguieron naciendo sin que él supiera quién era el padre, y el desprecio de la patrona que lo trataba con un odio que no entendía.

Se encerró en si mismo y le creció el rencor. Y al tiempo que la historia se hizo clara a su entendimiento, la rabia lo llenó de tal forma que se juró que alguno pagaría por eso.

Pero la vida sigue, tiene la empecinada costumbre de transcurrir, y cuando ya se estaba acostumbrando al lugar que le tocó, el destino le deparó esa sorpresa que no esperaba: el hijo del patrón que estaba de visita y no sabía nada de las cosas del campo, se empeñó en montar ese caballo. Y él, que había olvidado lo bravo que era. Minutos después de la orden de ensillarlo, el animal desató una carrera alocada, él detrás, simulando un galope desenfrenado para sujetarlo. Hasta que vió caer al que montaba y estrellar la cabeza contra esas piedras. El caballo sujetó un poco el impulso, retrocedió, levantó las patas y las dejó caer sobre el cuerpo inmóvil antes de marcharse ya sin apuro. Después, las manos clavadas en la tierra, las piernas tiesas y los ojos suplicantes del que agonizaba, pidiendo ayuda.

No se la dio, se sentó a su lado a contarle todas las tareas que sabía hacer en el campo y a preguntar qué cosas se aprendían en la escuela.

La sangre que surgía mansa había formado ya un charco enorme, como el que formaba la sangre de las vaquillonas que él ayudaba a carnear para el cumpleaños del patrón. Y recordó el chorro violento que saltaba del cogote degollado, los ojos enormes del animal que en su muerte parecía comprender lo que le estaban haciendo, como en ese momento su hermano comprendía el destino que el rencor había determinado para él.

Beatriz Fernández Vila
  
*Publicado en la antología "Cantares de la incordura", selección de Adriana Guerrero Medina (Editorial Dunken, Agosto 2009).

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