Bajaba en esa estación. Una sensación inexplicable lo acompañaba y caminaba esas calles desconocidas sin que repararan en él. Al detenerse frente a esa puerta, el olor a hogar lo envolvía con caricias de un tiempo que parecía lejano: como una experiencia que recordaba dificultosamente o casi como si jamás la hubiese experimentado.
Ella levantaba la mirada, sonreía con esa sonrisa que cura todos los males, se quitaba el delantal y corría a su encuentro. Qué hermosa estaba. Su abrazo cálido era un bálsamo para esa desazón que lo acompañaba. La abrasaba también, y sentía que había llegado a su lugar.
Todo lo que ella ponía en la mesa, sabía a caricia; esa comida amorosa llenaba su corazón Los platos los lavaban juntos. El apilaba los vasos en el estante superior de la alacena, y bajaba el tarro de galletitas para acompañar el café. Ella hacía una mueca tierna. El rodeaba su cintura para sentir su estremecimiento.
Siempre se despertaba a la misma altura del camino: cuando el tren partía lentamente de esa estación. Dobló el diario que se le estaba cayendo de las manos, y lo metió en el bolso. Miró por la ventanilla como todos los días, y divisó la casita de paredes amarillas y techo de tejas. Las cortinas estaban levantadas como siempre e imaginó una escena doméstica. Ensayó una mueca parecida a una sonrisa, y sintió una necesidad imperiosa de estar allí. Algo de él se quedaba en ese lugar cuando el tren partía- Algo que no podía explicar. Como ese deseo irrefrenable de que alguien estuviera esperándolo.
El tren de las doce cuarenta y cinco partía una vez más. Ella levantó la mirada e imaginó a alguien que necesitara de su compañía y bajara en esa estación para correr a su encuentro. Alguien que viniera a buscar las caricias y el amor que se le escapaba a borbotones. Alguien que seguramente debía existir en algún rincón del mundo. Un gesto indefinido se le dibujó en la cara, y se acercó a la ventana para ver cómo el tren se perdía de su vista.
La casa todavía olía a la comida que preparó sólo para ella. Y se dispuso a levantar la mesa, para que todo quedara en el desolado orden de cada día.
Beatriz Fernández Vila
Ha sido un placer encontrar tu comentario en mi blog, entre otros motivos porque me ha permitido descubrir el tuyo, y disfrutar de su lectura. Espero que sigamos coincidiendo en el ciberespacio. Un saludo
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